miércoles, 24 de julio de 2013

Eixo

Cada 365 días, aproximadamente, la Tierra da una vuelta completa sobre su eje. Una peonza gira a velocidad variable en torno a la punta metálica de su extremo inferior y una noria da vueltas incansablemente alrededor de su centro. Para trazar circunferencias, los compases necesitan un punto fijo.

Los seres humanos, aunque disimulen, también.

El eje de mi ama es una intersección geográfico-temporal. Veinticuatro de julio, once y media de la noche, Praza do Obradoiro. La plaza está abarrotada y la muchedumbre comienza a ponerse en pie. De pronto estalla una bomba de palenque, y la oscuridad se cierne sobre una venerable anciana de granito. A sus pies ronronea un océano de sombras cuyas olas levantan la espuma de miles de flashes. Las piedras, un poco sordas tras tantos siglos de humedad, aguzan el oído. El espectáculo va a comenzar.

En ese momento preciso para mi dueña no importa lo que haya sucedido a lo largo del año anterior ni lo lejos que se haya ido. Tampoco importa lo que venga detrás. Si logra regresar, si consigue estar allí, esperando la medianoche en medio del gentío, entonces el mundo está en orden y ella está en paz. Puede disolverse entre la música, la luz y la pólvora, olvidarse de sí misma y sentir que la ciudad que vibra bajo sus pies late al mismo compás que la caja de resonancia arrítmica que lleva en el lado izquierdo del pecho. Esa noche es el referente que la mantiene en pie durante los otros 364 días, el que le permite subirse a cada avión, a cada tren o a cada autobús con la promesa de que habrá un camino de estrellas guiándola a casa cuando llegue julio.

Los últimos once meses han estado llenos de vida. Han sido una experiencia increíble e irrepetible: dos continentes, tres países, tres hogares, siete cajas, una decena de maletas, cientos de personas e innumerables recuerdos. Hemos sido afortunadas y privilegiadas (sobre todo mi ama, por tenerme a mí) hasta el punto de que todavía nos cuesta un poco creernos que estas aventuras hayan sucedido realmente.  ¿Qué mejor colofón para un año como este que despedirlo con un estallido de fuego y luz?

Pero esta noche darán igual los kilómetros recorridos, las páginas escritas y las fotografías robadas. Esta noche en el Obradoiro seremos todas las versiones que fuimos y todas las que estamos por devenir, sin clasificadores temporales. Seremos de lluvia y piedra, peregrinas retornadas y emigrantes arraigadas.  Sí, incluso yo, ardilla pardilla y viajera, creo que me he vuelto un poco picheleira. Porque esta noche en Santiago todo es posible: hasta que los roedores escépticos creamos en la magia.